El mismo sueño se repite una y otra vez. Hay vigas, techos que rozan el cielo, suelos de hormigón, pilares como gigantes, ladrillos con al menos cien años de historia y mucho acero. La luz entra por cada uno de los poros de esta visión que se enmarca en un espacio inmenso, casi diáfano. Una atmósfera industrial que, paradójicamente, se caracteriza por enaltecer el valor de lo original y por ser vanguardista y fresco. Esta imagen fabril que nunca llegó a desaparecer, cala cada uno de mis huesos. Nueva York, el paraíso de estas apuestas.
Me fascina, especialmente cuando estos espacios sufren esa transformación en la que cada cual  imprime con sus preferencias. La clave y lo más difícil de conseguir, la base industrial, el resto, lo que tú elijas. ¿Por qué apuestas?  Ésta es mi propuesta.
Lo que nació en origen debe permanecer, si no todo, importantes elementos. En los mejores casos, ventanales como estos para poder soñar despierto. Y por si fuera poco, otra de mis grandes debilidades,  un techo abuhardillado que descansa sobre unas vigas que casi pasan desapercibidas. Un loft con un  marco perfecto.

Hay matrimonios que deberían durar toda la vida.  Por su perfecta sintonía, el de la madera y el acero debería pasar a la historia. Una imagen vale más que mil palabras. En un lugar como este viviría mil y una vidas.
Los detalles, siempre imprescindibles. Lámparas, mesas, sillas o muebles de apellido o inspiración industrial que resaltan entre cojines, telas, alfombras y materiales que derrochan confort y calidez. Lleno de nuevos sabores, lo industrial se reinventa sin prescindir de los valores claves de su estética.